17 de enero de 2011

Lo que queremos ser o porqué está mal ir pegando a la gente por las calles

   Para ser sinceros esta idea no es mía. La reflexión posterior sí lo es. Los genios son grandes creadores y los demás, lo que podemos hacer dentro de nuestras limitaciones, es ir jugueteando y moldeando esas grandes ideas o aportaciones introduciendo nuestros matices y nuestras interpretaciones modestas.  



   Eslava Galán escribió en 2005 un libro llamado 'Una historia de la Guerra Civil que no va a gustar a nadie'. En su prologo Arturo Perez Reverte traza un paralelismo entre el espíritu del pueblo hispano y este magnífico cuadro de Goya: Duelo a garotazos. Es también la portada de alguna de sus ediciones, con lo que puede ser una buena forma de reconocerlo. Yo recomiendo la lectura atenta de este magnífico libro.

   Hay algunas cosas que nos encantan a los españoles y que, en cierto modo, da la justa medida de lo que somos y de lo que hemos querido ser como pueblo o como ciudadanía. Siempre nos ha gustado un buen partido de fútbol, un buen derbi entre pitos y flautas, entre madridistas y barcelonistas, entre madridistas y atléticos, entre béticos y sevillistas. Siempre nos ha gustado una verbena, una romería, una feria. Nos encanta la fiesta. Hacemos fiestas como nadie en el mundo. Y que conste que lo digo como algo bueno, no me parece que sea este nuestro rasgo definitorio. No creo que exista un sólo rasgo definitorio. Hay más de uno, y de dos. Se parece más a un puzzle. Lo que ocurre es que hay piezas, o grupos de piezas, del susodicho que afean bastante el resultado final. 
   Hubo un tiempo en que nos encantaba una buena tarde de toros. Esto ha cambiado. Son varias las razones del cambio y me da pereza profundizar en ellas ya que no soy muy taurino. Ahora hemos cambiado las tardes de toros por las tardes del morbo y del cotilleo. A los españoles nos encanta un chisme, un cotilleo, un marujeo, una jarana de patio transportada a un plató de televisión. Nos encanta revolcarnos en el chusmerío y la curiosidad. Los datos de las cuotas de pantalla de este tipo de programas que salpican la parrilla televisiva no me quita la razón, me la da entera. El encumbramiento social de determinados personajes también: ya hacen hasta tesis doctorales sobre una en particular que ni siquiera nombraré. La intensidad de este movimiento es tan grande que en parte de la sociedad joven del país se ha creado una nueva forma de vida. Sobre esto ya hablé en otra ocasión.
http://losmomentosperdidos.blogspot.com/2010/01/tele5-way-of-live.html


   Pero si de verdad hay algo que nos encanta a los españoles es una buena discusión donde despellejar al que pase por nuestro lado. Una buena bronca donde manejar con soltura la grandísima variedad de insultos que nuestro castellano patrio nos ha legado. Una buena pelea donde soltarle dos mamporros al mastuerzo que ha tenido la insolencia de no pensar como yo o hacer las cosas como yo las haría (¡Qué se lo digan al político murciano!) ¿Han visto cómo han aumentado los programas de debate en los últimos años? Pero claro, se deberían de llamar programas de discusión, porque debatir lo que se dice debatir, se debate poco. Ahora, llamarse perro judío con exquisitas palabras de fino y rancio abolengo intelectual, lo hacen de maravilla. En la Grecia clásica ya distinguían la dialéctica de la erística. La primera era el arte del diálogo, la segunda, manejada con maestría por los sofistas, el arte de la disputa y de la confusión.
   Y esto comienza en el propio Congreso, por ejemplo; donde tampoco debaten. Lo que hacen es convertir el hemiciclo en una auténtica pelea de gallos, donde se puede esperar cualquier cosa menos hacer algo constructivo. A muchísima políticos se le pone dura eso de seguir buscando motivos por los que pelearse. Lo mismo da una Historia que ya no puede reescribirse, una Guerra injusta que no debería pelearse, o una sociedad que no tendría que dividirse mientras convive sentada en un bar. Los políticos son desde luego muy mal ejemplo. Pero eso no es óbice para que se les pegue. Con no votarlos es suficiente. Y si la democracia arroja un resultado que no te gusta, o te aguantas o te jodes. Es sencillo, mientras la policía y los jueces que hagan su trabajo.  
   Desde tiempos inveterados se nos ha inculcado este espíritu de lucha y combatividad. Este genio y este orgullo, esta saña racial para que nadie nos pisotee. Nos gusta hacer de justiciero con el vecino y espetarle lo mal que hace algunas cosas y luego te cabreas cuando el otro hace lo mismo con tus propios pecados. Nadie se preocupó nunca de educarnos, de enseñarnos. Nadie se preocupó nunca de civilizarnos. Se preocuparon, unos y otros de adoctrinarnos en puntos contrapuestos para que nos podamos pelear con ganas y con fuerza. Nadie, ni unos ni otros, se preocuparon por darnos lugares de encuentro. Y la propia gente aceptó sin crítica lo que se le daba. Queríamos ser así, aguerridos, indómitos, para que nadie pasara por encima nuestro, para que nadie fuera capaz ni de tosernos al lado. Unos y otros, unilateralmente, decidieron que sus versiones del Mundo y de la Historia era la Verdad y que por tanto había que combatir a la de los otros, que sólo es mentira y manipulación. Y nos peleamos, y discutimos, y nos insultamos, y nos damos de garrotazos. Sangramos y nos duele, y cada golpe nos llena más de odio, con cada golpe que recibimos nos entra más ira y más gana de responder y con cada golpe que damos y al otro le duele nos alegramos de su dolor. Con cada golpe, con cada garrotazo, somos cada vez menos civilizados, perdemos una oportunidad de construir un espíritu cívico propio. Con cada ensañamiento, perdemos una oportunidad de construir un espacio de convivencia respetuosa de ideas. Y ambos dos, los unos y los otros, son responsables. Y a ellos solo les vale echarle la culpa al otro, espetarse el "pues tú más que yo". Se preocupan sólo de excusar sus fechorías, de justificarse porque los otros cometieron más crímenes y mis muertos sí merecen el recuerdo, los tuyos no, ¡cómo eran tan malos!. Contar muertos mientras nos damos de garrotazos no es desde luego vivir en la cumbre de la civilización. 
   Y lo que nos queda. Todavía no estamos curados de espanto. Todavía queremos ser así porque nos quedan energías, que usamos no para aprender los unos de los otros sino a odiarse los otros a los unos. ¡Con lo bien que nos salen las fiestas jod..!