6 de octubre de 2012

¿Qué hacemos con el amor?

El amor no es mentira, pero tampoco es Verdad. Los que sí mienten son los poetas; mienten bonito pero mienten al fin y al cabo. El que creo que no miente es Clint Eastwood y el maravilloso 'documental' (nunca la entendí como película romántica, que quieren que les diga) rodado hace ya algunos años: 'Los puentes de Madison'.

¿Qué es lo que hace que el amor muera en una relación? No me cabe la menor duda, en la mayoría de los casos, la rutina del día a día es una auténtica trituradora que puede con casi todo. La realidad es demoledora. Es una jodida máquina de guerra, perfectamente engrasada capaz de acabar con los más bonitos sentimientos 
¿Cuáles son los puntos de quiebra de ese día a día? Propongo una breve lista:
- El trabajo, sus horarios y los turnos.
- Las labores rutinarias del hogar y el reparto (o no) de tareas.
- Reparto (o no) de roles y responsabilidades.
- Educación, escolarización y disciplinamiento de los niños.
- Cansancio, agotamiento, dolencias osteoarticulares y otros males.
- Malos hábitos de sueño.
- Excesos televisivos, informáticos, deportivos, bricomaníacos, etc...
- Familias propias y ajenas.
- Familiares enfermos o incapacitados.
- Fantasmas del pasado y situaciones no resueltas en su momento.
- Aburrimiento, inapetencia sexual, y cuestiones afines.
- Olvidos, despistes y malos entendidos.
- Cuestiones económicas y financieras.

Estas cosas, nimias muchas de ellas, generan, sin duda, un amplísimo ramo de discusiones, disputas y conflictos. Es una erosión constante, imperceptible pero contundente. Al día le faltan horas, no para estar juntos, sino para hacer todo lo que hay que hacer; y le faltan momentos, no para comunicarse, sino para discutir y echarse cosas en cara. ¡Qué bonito sería decir que el discutir no influye tanto en una relación como el amor! Pero ya son muchos los que saben que la perfección no existe. Queda lo que queda, frustración y mucha energía negativa. Y tanta, que parece que todo es malo y ya ni recuerdan aquello por lo que se enamoraron. Mucho orgullo y poco perdón y comprensión son una fórmula química devastadora; que empeora con la decisión equivocada de buscar culpables antes que soluciones. Y mantener esas altas dosis de energía negativa durante mucho tiempo no es bueno, como muchos también saben. 
Es muy difícil cambiar esa dinámica negativa, para que funcione el arreglo tienen que ser los dos, a la vez y en conjunción de esfuerzos, los que arrimen el hombro; lo que en sí mismo puede ser utópico. Después de todo esto, del día a día truculento, del sufrimiento, el cansancio y la frustración, ¿a quién le quedan ganas de conversar, de reír, de repartir caricias, de erotismo y sexualidad, de compartir un café, una copa o una película en el cine, o simplemente, deleitarse con la presencia del otro? 

Como verán no soy un romántico. ¡Cielos, ni pretendo serlo! Por desgracia se han sobrepotenciado los elementos amorosos de las relaciones y se han infradimensionado los aspectos contractuales. Una relación no deja de ser un 'convenio contractual', que tiene una serie de implicaciones; pocos se hacen cargo de esto en toda su dimensión. La cuestión no está en quitarle todo el romanticismo a la cosa, sólo cambiar un poquito del mismo por estrategias, diálogos, cesiones bilaterales y acuerdos. Cabeza fría y corazón caliente, no digo más.
La mayoría de la gente afirmaría si le preguntaran que lo más importante en una relación es el amor. Responden según sus deseos sin mirar la realidad real que les rodean. Es la disputa. El día a día en el mundo en que vivimos, en la vida que nos hemos obligado a vivir, potencia y saca a relucir aspectos que poco o nada tienen que ver con el amor. El desgaste de ese día a día es el que empuja a cabrearte con el que tienes más cerca. La novelas romanticonas y las películas de 'happy ending' nunca cuentan esta parte. 
Siempre he pensado y creído que la película 'Los Puentes de Madison' muestra el auténtico amor verdadero: fugaz, pasajero, intenso, indeleble e inolvidable. Amor sin día a día, sin esa cotidianidad tan corrosiva. Viviendo el momento presente en lo precario del secreto. No hay facturas que pagar, ni dolores de cabeza, ni horarios que cumplir,  ni dormitorios que pintar, tampoco niños que llevar al judo. No hay orgullo, ni amor propio, sin cuentas que ajustarse, ni cosas que echarse en cara. Sexo y pasión, comprensión y conversación, descubrimiento de uno mismo y de un otro furtivo, que llegó para no quedarse. Con tal intensidad y fuerza que la vida cambia para siempre. Eso cuenta la película. Al final también se marchita... no lo hace el recuerdo, ni la persona nueva y renovada que sale de todo esto. En definitiva, todo amor se marcha, el del día a día y el que es fugaz e inolvidable. ¿Qué nos queda ante este panorama desolador? A la inmensísima marea que vive en el día a día, entiendo que queda la inteligencia emocional, buscando equilibrios, buscar acuerdos básicos, unos mínimos que posibiliten la convivencia, esfuerzo para comprender, aceptando lo que llega y cambiando lo que se pueda sin violencias. A veces hay que romper, no se hable más; pero otras veces es preferible el mejor de los peores posibles al despeñadero. Y por supuesto, darse alguna que otra alegría, no por hacer daño al otro, sino por uno mismo, para compensar lo malo con cosas buenas, siempre con tacto, respeto y discreción. Hay que restañar heridas sin crear otras más profundas y dolorosas. Y sobre todo, dejar de discutir y de acumular energías negativas.