LXVIII
Lo importante de la mitologías es que nos las creamos. Si no es así, no funcionan. Hay que hacer nuestras todas esas mentiras, que estemos convencidos de todas y cada una de ellas, y no quede atisbo de duda. Las mitologías, las de antaño, y las actuales, funcionan por el automatismo mental de la creencia ciega, sin fisuras. Ahora, me vienen a la cabeza un par de ejemplos que encajan en esto que digo. Realmente es un mismo caso pero que tiene algunas variantes. Me centraré en dos de ellas: el santo varón y progre de salón.
Todos conocemos a alguna persona que manifiestan, con orgullo, toda una serie de preocupaciones por la igualdad, y de otras ideas hermanadas a ésta. Le oímos defender con vehemencia la cosa pública y otros sucedáneos. Se jactan, a modo de condecoraciones, de la defensa de estos grandes ideales. Se creen cada punto y coma de lo que dicen. Suele ser gente machacona e intensa en su discurso; van, como se dice coloquialmente, a piñón fijo. Pero si uno escarba un poco en el terreno de la acción, de los actos de su día a día, en la intimidad de su vida privada, en las elecciones personales sin público, descubrimos una impostura tremenda en muchos de ellos: no hacen nada de lo que predican. Exige a los demás que hagan lo que dice, pero es el primero que no hace lo que dice. Clasistas y elitistas, su actuar diario delata la mitología en la que viven.
Casi lo mismo decimos del otro arquetipo. Todos conocemos a alguna persona que manifiestan, con orgullo, toda una serie de preocupaciones por la rectitud, y de otros valores morales hermanados a este. Le oímos defender con impetuosidad la moralidad y otras guarniciones similares. Se jactan, a modo de medallas, de la defensa de estos grandes valores. Se creen cada punto y coma de lo que dicen. Suele ser gente insistente y enérgica en su discurso; van, igualmente, a piñón fijo, se lo creen a pies juntillas. Pero si uno escarba un poco en el terreno de la acción, de los actos de su día a día, en la intimidad de su vida privada, en las elecciones personales sin público, descubrimos una impostura tremenda en muchos de ellos: no hacen nada de lo que sermonean. Exigen a los demás una firmeza moral que soslayan, para ellos mismos, con excepciones espurias. Hipócritas y falsos, su actuar diario delata la mitología en la que viven.
La mitología sigue presente en nuestras vidas, en muchos casos dándole forma al comportamiento externo y cotidiano, pero que apenas esconde la podredumbre interior.