13 de septiembre de 2017

Se acaba aquí esta andadura que comenzó un 20 de enero del año 2009. Un montón de años, un montón de experiencias, pensamientos y sentimientos que quedan aquí plasmados para la eternidad digital. Gracias a los pocos lectores que os habéis dejado caer por aquí. El proyecto de los momentos perdidos se acaba, pero seguiré escribiendo en otro sitio, por supuesto.
Adiós. Hasta siempre.

This is the End

100

Cuando la deconstrucción deviene destrucción y termina incluso con las cosas que nos funcionaban razonablemente bien. Cuando la debilitación deviene aniquilación y acaba colocando en el lugar vacío un nuevo monstruo. Y pueden terminar provocando peores fantasmas que aquellos que pretendían eliminar. En pos del funcionamiento exacto de una realidad que se resiste a esos finales perfectos En pos de un bien y una justicia sociales que ni ellos mismos tienen clara. Ahora entiendo que si le vas a quitar algo a alguien, masivamente, si vas a terminar con su pasado, si vas aniquilar todo aquello en lo que creyó alguna vez, si quieres terminar con el suelo sólido que soporta a esa inmensa muchedumbre, si vas a acabar con todo aquello que entendían por serio, digno, valioso, más vale que lleves en los bolsillos una buena propuesta, no un puñado de chascarrillos y una plétora de palabras biensonantes. Las alternativas que tenían que ser propuestas tenían que mejorar la vida de las personas, sí. Y resulta que las ocurrencias que salieron de aquella esperanza ni redujeron la violencia, ni aportaron valores claramente superiores a sus contrarios, los que tenían que ser debilitados y deconstruidos. Parece que nadie se percató de las consecuencias futuras. No hubo selección de objetivos. O, ¿es que una vez desatadas las hordas destructivas del ser humano nadie pudo controlar la demolición del presente occidental? Entonces, en el fondo, a estos debilitadores no les separa nada de la barbarie de los fuertes anteriores. Nos estamos disolviendo, nos estamos autofagocitando, y no para bien, precisamente. Si nada lo remedia terminaremos liquidados por nuestra propia mano. Y será un triunfo de esa filosofía, y de esa política. Y nadie quedará para saborearlo, porque el monstruo que saldrá victorioso de esa ruina no dejará a la gente que lea, que se forme, que se instruya, que haya pluralidad, que la gente tenga espíritu crítico. Invitar a un terrorista a la televisión para que se ría en la cara de todas su víctimas, que la autoridades públicas le agasajen como si fuera un héroe, es un signo más que claro y evidente de la corrupción imparable que nos queda por delante. 

7 de septiembre de 2017

El poder

99.
I
La esencia del poder es el autorreforzamiento, no su disgregación en formas menores. En el nivel corriente de la política, el de los partidos y las elecciones, esto suele ser convenientemente ocultado. La promesa del político de turno -que quiere hacerse con el poder- es la de debilitar el poder: dice comprometerse para repartir el poder entre la ciudadanía. Y esto es o la ingenua incapacidad teórica de comprender las cosas o una manipulación consciente del electorado. Toda forma de poder está orientada al aumento de sí misma.
II

El conformismo es el vencedor del proceso reflexivo que hace casi a diario la generalidad de la ciudadanía. La generalidad de la ciudadanía busca su propio acomodo en los vericuetos del poder. No es tanto una respuesta a la presión exterior del poder como una reacción a un cálculo interiorizado. El conformismo, el pragmatismo, la acomodación gana en los procesos reflexivos básicos del ciudadano medio frente a la construcción crítica autónoma que requiere más tiempo y esfuerzo.

4 de septiembre de 2017

Contradicciones, tensiones y conflictos.

98.

Nadie puede evitar hacerle al otro, a todos los otros, un Schleiermacher. Y querer saber más y mejor sobre lo que uno dice y hace que el mismo tipo que dijo e hizo. Somos así. En la vida cotidiana y, especialmente, en el ámbito del pensamiento.
En cualquier creación del hombre (texto, discurso, película, obra de arte, meme, twitter, post en redes sociales y entradas de blogs) pueden buscarse ideologías, sean estas dominantes, o sean estas conflictivas. Pueden encontrarse prejuicios culturales aceptados y conscientemente expuestos y pueden encontrarse prejuicios culturales inconscientes, esos de los que ni el propio autor se percata. Pueden encontrarse valores mayoritarios y pueden encontrarse valores que tratan de subvertir a los anteriores. Y todo eso enmarañado. Hay lecturas e interpretaciones para todos los gustos.
El que busque contradicciones internas (así como conflictos y tensiones) en todo esto, las encontrará, de seguro. Y no porque él mismo las ponga ahí, que también. Las encontrará porque están ahí, no están escondidas, ni ocultas, la mayoría de ellas. La Humanidad que somos es profundamente contradictoria (siempre en tensión y conflicto). Y no vamos a poder evitar no plasmar nuestras contradicciones en lo que hacemos y pensamos.
Denunciar contradicciones internas en la Humanidad (o en la Cultura, o en el Capitalismo, o en la Democracia) es el deporte cognitivo más normal que conocemos, el ejercicio teórico más corriente que existe. Haciendo un cálculo estimativo rápido, nos sale una una infinidad de denuncias, y otras tantas contradicciones (tensiones y conflictos). 
Algún día de estos, alguien -de modo oportuno y necesario, por supuesto- denunciará a la gravitación universal, que hace caer una vez tras otra la manzana del pobre Newton. Evitar lo inevitable, he ahí el futuro que nos espera. Cambiar lo insoslayable es la próxima frontera que hay que desbordar.

2 de septiembre de 2017

La prevención del terror.

97.

No hay salud sin prevención. Del mismo modo, no hay paz sin prevención. 
Atiborrarse de antibióticos no es prevenir; cuando hagan falta es posible que los patógenos hayan creado resistencia. 
Los hábitos saludables en la higiene y la dieta, abandonar el consumo de sustancias nocivas, la práctica moderada de cualquier deporte, evitar el estrés físico y emocional, consultar regularmente con los profesionales de la salud, vigilar el propio cuerpo y sus “humores”, entre otras, sí previenen las enfermedades. 
Bombardear países del tercer mundo no es prevenir, es ensañarse con los más débiles. La fobia y el rechazo a la minorías étnicas y religiosas tampoco previene absolutamente nada.
Elegimos a los representantes políticos, entre otras cosas, para que nos protejan del terror -en la medida de lo posible- dentro del marco legal. Y hay medidas de prevención, de todo tipo y ponderadas todas ellas, que pueden ponerse en marcha para proteger a las ciudadanías sin llevarse por delante los derechos de grupos minoritarios de personas. 
Hay una vileza terrible en esa política –y en esos políticos- que pudiendo prevenir de manera legal y proporcionada no lo hicieron. Y esa mezquindad, esa traición a los ciudadanos, es un signo de la descomposición democrática tan claro y patente como pueda serlo la corrupción. 
Está claro quién fue el responsable primero y fundamental. No son culpables, desde luego. Pero si tuvieran conciencia, la muerte de las víctimas del atentado de Barcelona recaería en ella.

1 de septiembre de 2017

Pasajeros

96.

Una lectura política (actual) de la película 'Passengers'*.
Te venden la película como una mezcla de romance, suspense y ciencia ficción, con los dos actores de moda en Hollywood. Realmente es un panfleto político que terminará cabreando a los románticos, a los que nos gusta la syfy y sobre todos a ambos bandos del espectro político.
El capitalismo es una catástrofe. Como despertarse en una gigantesca nave en mitad del cosmos y descubrir que no vas a ningún sitio. Como tener que vivir solo durante 90 años rodeado de tecnología sin alma ni corazón. Pero es la única manera de vivir. El ingeniero no puede salir de la nave. El instinto de supervivencia le impide salirse al espacio y morirse al instante. No podemos escapar del capitalismo tampoco. La burocracia del capitalismo funciona de la misma manera que la robótica de la nave. Nos da lo que según su programación tenemos asignado, no lo que realmente necesitamos. El razonamiento de la máquina, del capitalismo, es tan inflexible, tan inhumano, que no contempla nunca la excepcionalidad de las circunstancias. O le haces trampa o te fastidias. Al ingeniero le dan cereales y a la escritora le dan lo que quiera, que para eso tiene pase vip. Y claro, el ingeniero, usando sus conocimientos, empieza a hacerle trampas a la nave espacial, consiguiendo algunos beneficios. Todos, en mayor o menor medida, tratamos de vivir trampeando dentro del capitalismo. Vemos, claramente, como es justo y necesario joder al capitalismo en pequeñas dosis sabiendo que el capital nos jode a nosotros a lo grande. La ética no ha sido nunca el fuerte ni del capitalismo ni del ser humano. La superviviencia lo es todo. Por eso, no hay nada más fidedigno a la naturaleza humana que el capitalismo. Tenemos justo lo que somos, ni siquiera podemos decir que tenemos lo que merecemos. Seguimos, llegar al corazón de la nave está por encima de sus comprensión y, sobre todo, de su voluntad. Un nuevo fallo de la programación despierta a alguien de la tripulación, que sí tiene privilegios de manipulación del sistema. Efectivamente, el capitalismo despiadado también ataca a sus creadores. Y este, el sobrecargo, se pone a favor de los dos solitarios. En el capitalismo ocurre otro tanto: los otrora gurús del capital termina apoyando a los que quieren finiquitarlo cuando son expulsados del Olimpo. Y así se suceden toda clase de peripecias vitales. Tienen, incluso, que salvar de la destrucción al gran reactor que mueve la nave. Nuestros dos pobres solitarios tiene que salvar a ese capitalismo que los tiene bien jodidos, revoleados en medio del cosmos. ¡Que ironía! Si el motor se destruye, la nave también lo hará. Y con ella, las 5.000 personas que hibernan dentro. Los dormidos es la metáfora perfecta del futuro, de las generaciones venideras, del mundo que vendrá. Sin capitalismo nos morimos todos, nos dice la película, su director y su guionista. Con capitalismo (nave averiada) estamos jodidos, pero sin nave averiada (capitalismo) estamos muertos. No hay posibilidad de elección entre una cosa mala (el capital, el viaje al planeta remoto) y una buena. O elegimos lo malo (salvar la nave) o elegimos lo peor (la destrucción de Occidente). Y claro, visto así, nuestro instinto de supervivencia elige el capitalismo antes que la muerte. Realmente hay una solución. Una alternativa débil a esta dicotomía fuerte y radical: soledad o muerte. Es la que finalmente adoptan estos dos tortolitos. Una alternativa que no difiere mucho de la que ya optó el ingeniero cuando estaba solo. Seguir trampeando la nave, seguir haciéndole trampas al capitalismo, más ahora que saben lo que el sobrecargo les enseñó. Si el rumbo de la nave ya está marcado, si hay que ir por cojones al planeta lejano, si no hay solución posible que no termine en la muerte, hay que seguir viviendo en el capitalismo. Sí, pero de otra manera. El que vea la película y vea cómo se quedan las caras de la tripulación al ver a dos gallinas correteando por allí en medio lo entenderán enseguida.

* Morten Tyldum, 2016. Columbia Pictures.