13 de diciembre de 2009

Yule y el árbol de Navidad




Hace un buen puñado de siglos la Europa que conocemos era un impresionante bosque salvaje. Los hombre y mujeres que habitaron en ellos, que subsistieron gracias a ellos, los respetaban profundamente y veían en ellos una fuerza de la naturaleza; eran algo sagrado. Como tal sacralidad les rendían culto. Para los celtas, los germanos y los escandinavos, todos ellos emparentados en el albor de los tiempos, los bosques eran sus templos.
En la cultura celta, la festividad del solsticio de invierno recibía el nombre de Yule. El Yule designa el momento en que la rueda del año está en su momento más bajo, preparada para subir de nuevo. En Escandinavia existía la tradición de celebrar el Yule con bailes y fiestas. También se sacrificaba un cerdo en honor de Frey, dios del amor y la fertilidad, que según la creencia controlaba el tiempo y la lluvia.  Durante la festividad de Yule era tradicional quemar el tronco de Yule, un largo tronco de árbol que iba ardiendo lentamente durante toda la temporada de celebraciones, en honor del nacimiento del nuevo sol. De esa tradición proceden los pasteles en forma de tronco (troncos de chocolate) que hoy en día se comen en Navidades. 
Los antiguos celtas creían que el árbol representaba un poder, y que ese poder protegía y ayudaba al árbol. Para los galos, la encina era un árbol sagrado sobre el que los druidas, sacerdotes celtas guardianes de las tradiciones, recogían el muérdago siguiendo un rito sagrado. Esta tradición, heredada a través de los siglos, sirvió de inspiración para el actual árbol de Navidad.







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