18 de noviembre de 2015

Oda al pragmatismo y a la supervivencia.

21.


Si uno no quiere, dos no discuten. Si uno no quiere, dos no hablan, ni se comunican, ni tampoco dialogan, ni mucho menos llegan a acuerdos. Y hagan la prueba: Si uno quiere matarte, el otro puede defenderse, tratar de razonar con el que quiere matarte o dejar que el otro te mate. Imagínense en tal situación y piensen cómo reaccionarían.

Algo, un poco, una miajita, siempre es mejor que nada. Hay grandeza en ir a por todas, en querer lo mejor, lo bueno, lo perfecto. El maximalismo es encomiable. Pero un maximalismo sin moderación ni cordura es tan insoportable como un minimalismo que consiente lo que no podemos consentir. Es costoso y difícil, lo sé: hay que entender que, en no pocas ocasiones, lo conveniente, lo conseguido y obtenido no concuerda con lo esperado. Muchos no saben vivir en un mundo de grises. Muchos no saben andar por este filo de la navaja de las posibilidades, las necesidades, lo que se puede tener, lo que se puede negociar, lo que se puede conseguir.

Si entre las opciones que tenemos para elegir no aparece la buena, lo normal es escoger la menos mala de todas las malas, no empeñarse en escoger la buena o cabrearse con los que escogen el mejor de los peores. Cabrearse con el pragmático culpándole de los males del mundo es una pérdida de tiempo, además de una estupidez.

Todos hacemos cosas -o hemos hecho o haremos- que no nos gustan. Téngalo en cuenta, seguro como que amanece. En ocasiones hemos tenido que rebajar nuestras pretensiones y expectativas. O ser pragmáticos y buscar soluciones imperfectas a problemas jodidos. Pero atacar a otros cuando les pasa esto y justificarse cuando le ocurre a uno no es de recibo. Hay ciertos tipos de superioridad moral que no se sostienen: son ridículos. Y que además no son eso, lo que busca es insultar y menospreciar al que es distinto. 

En no pocas ocasiones somos testigos de que no se cumplen los ideales puros y normativos que debían de guiar los actos del mundo, la paz por ejemplo, o la vida o la dignidad y el respeto a los derechos humanos. Y nos indignamos y sufrimos cuando eso ocurre. Este mundo lleno de injusticias es terrible. Creo que cualquier persona de bien defiende estos principios, aunque no todos lo hacemos del mismo modo. Algunos lo hacen de modo condicionado y otros de modo incondicionado (¡ay la metafísica cómo se mete en los lugares más insospechados!). 

Suele ocurrir que el que los defiende de modo incondicionado se enfada con el que los defiende de modo condicionado. Le echa en cara algunas cosas feas. Hasta el punto de que muchos cometen el terrible error de igualar al criminal que destruye el principio puro y normativo con aquel que lo defiende de modo condicionado. Esa equidistancia es profundamente injusta. Esa incapacidad para hilar fino, y meter en el mismo saco de los criminales a aquellos que piensan distinto es peligrosa, y muy improductiva. Convertir una diferencia en una herida es una irresponsabilidad que comente muchos en estos tiempos de exageraciones y fobias. 

Y, además, los más duros en esto terminan inhabilitándose a ellos mismo como defensores del principio normativo, por la agresividad y violencia con la que critican al otro. Pienso que tendrían que poner esas energías en criticar al auténtico criminal en este asunto. Lo siento, no se puede igualar a unos y a otros. Es más, esa equiparación produce heridas muy importantes difíciles de curar. La auténtica separación está entre los criminales y los que no lo son. No entre los que defienden los principios normativos de manera fuerte e incondicional y los que lo defienden de manera débil y condicional, siempre mirando lo concreto y lo complejo. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario