El perro tiene bien mordida a la presa. La fiera la tiene trincada con firmeza entre sus fauces.
Y la muerde con denuedo. Como si no hubiera un mañana.
Su boca, en este momento, se asemeja a una prensa hidráulica que machaca sin misericordia.
Los dientes bien clavados. El otro se mueve y pega tirones, a ver si se suelta la bestia. Y lo que hace es empeorar los desgarros.
Es su pieza. Su trofeo. Antes de soltarla tendrían que acabar con él.
Ya sabes lo que hay que hacer en estos casos: Rajoy, ¡córtate el brazo!
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Que conste: ninguna mascota ha resultado herida durante la escritura de este post. Desde el Blog quiero dejar constancia del cariño que tengo a los perros. Y que detesto el maltrato animal. Igualmente, decir que ningún político ha sido emasculado durante el tecleo de la entrada, ni elegido Presidente tampoco.
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