18 de mayo de 2009

El estruendo de las panderetas

Ayer vivimos un nuevo domingo de pandereta en la política española. Y ya es el segundo. Todavía nos quedan unos cuantos.

La política española ha ido cambiando progresivamente, y sin pausa, su paradigma de funcionamiento. La política, entendida en primer lugar como el libre intercambio de modelos y argumentos ideológicos; y en segundo lugar como la puesta en práctica en la realidad de dichas abstracciones, ha desaparecido en su casi totalidad. Y el Foro donde este paradigma se hacía carne y hueso, el Congreso y las Instituciones, ha sido ninguneado. La Transición democrática parece mostrarnos solamente sus peores augurios. Es el problema que tiene crecer a lo ancho antes, y en vez, de crecer en lo profundo.

La pachanga mitinera donde se ladran todo tipo de consignas de fácil consumo, tratando al pueblo como electorado populachero, al que sólo se le pueden espetar floridas medias verdades y todo tipo de chascarrillos hirientes del oponente; donde el histrionismo da pábulo a todo tipo de escenificaciones abyectas, ha eliminado del discurso racional político toda legitimidad, ya que la manipulación de las razones y de las opiniones es lo que prevalece. No se explica ni se argumenta a favor de los modelos propios y en contra de los contrarios, se pretende un lavado de cerebro. Ya no es que el sujeto o el ciudadano sea reducido a electorado (que en el contexto de una Elecciones tiene su fundamento y su tradición), sino que es reducido a populacho barriobajero, peor aun, es reducido a palmero en un sangriento espectáculo de gladiadores romanos. 

La política tenía sus tiempos y tenía sus momentos, que se articulaban armoniosamente. Ahora todo se ha reducido a un único momento-compartimento. El permanente electoralismo bajuno y rastrero ha terminado por desvirtuar, por eliminar el sentido que tenía a ese momento tan importante.

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