1 de febrero de 2011

Nos enteramos ahora de la decisión que algún alguien tomó hace algún tiempo.

Alguien decidió, en este país, que todo lo que tuviera que ver con el orden y el control era cosas de franquistas, del antiguo régimen autoritario y tiránico que abuso durante años de la ciudadanía. Durante décadas cualquier cosa que sonara a esto aunque rozara milimétricamente esos conceptos era denostada y vilipendiada públicamente. Era motivo de escarnio y mofa pública: el orden y el control es cosa de criminales fascistas que hay que denunciar en determinada radio, prensa y televisión.
Alguien decidió, en este país, que todo lo que tuviera que ver con hablar de valores era cosas de integristas religiosos, del antiguo nacionalcatolicismo subyugante que durante años oprimió a la ciudadanía desde el púlpito. Durante décadas cualquier cosa que sonara a esto aunque rozara milimétricamente ese concepto era denostada y despreciada públicamente. Era motivo de acerados ataques: los valores es cosas de ortodoxos cerriles a los que hay que denunciar en determinada radio, prensa y televisión.
El cortoplacismo y la bajeza de miras de los que perpetraron esto, décadas después, nos deja un escenario desolador. Ahora, en estos últimos tiempos, en vista de los destrozos de semejante movimiento estratégico, desde las mismas filas desde donde se montó todo el tinglado comenzaron a replantearse el asunto del orden, de los límites y de controlar lo que se ha descontrolado. Veinte años perdidos de irrecuperables destrozos. Ahora resulta que a los niños pequeños no se les puede dar todo lo que piden, que hay que poner límites en las cosas que hacen los adolescentes, que una buena reprimenda a tiempo no convierte a los jóvenes en sociópatas, que los padres y los profesores no son los colegas, que hay que ir enseñando a decir ‘NO’, y así un largo etcétera. Ahora hablar de orden y de poner límites es una cosa muy científica, muy psicológica, muy moderna. Parecen que han redescubierto las Indias.
La inmundicia moral que habita en las mentes de los que coordinaron esto, décadas después, nos deja un panorama preocupante. Ahora en estos tiempos que corren, en vista de los estragos que ha causado esta marea, desde las mismas filas desde donde se montó toda esta maquinación comenzaron a replantearse el asunto de los valores. Veinte años que ya no se podrán arreglar: ‘tempus fugit’. Ahora resulta que aquello del ‘carpe diem’ era un disparate, que no se puede vivir solamente pensando en ‘pegar un pelotazo’, que no se puede dar todo masticado y sin esforzarse y así un largo etcétera. Ahora hablar de valores se llama ‘educar en valores’, y es también algo muy científico, muy psicológico, muy moderno. Parece que es la leche.
Aquella gente lo que quiso hacer era poner a su favor todo el odio que había generado la época de la dictadura. Fueron tiempos de penuria y desazón, y no se puede decir lo contrario: lo que hicieron fue tremendo. Cuánta mala leche había por aquel entonces, que cantidad de cuentas pendientes, demasiados odios enquistados en los corazones de la gente, ingentes cantidades de mala sangre. Llamaron justicia a lo que sólo era venganza. Pero aquellos tipos en vez de proponer una nueva forma de vida propusieron una en la que el único fundamento fuera destrozar todo lo que sonase, simplemente, a lo anterior: estrategia de tierra quemada. Para romper con el pasado y poner a cada uno en su sitio no hacía falta esta proceso de descerebración social y de enfrentamiento soterrado. Destrozaron el sentido común que no era de los fachas, destruyeron el orden cuando hay desorden que no era franquista, desencajaron los límites para todo lo que se desborda que no era totalitario y pisotearon los valores universales que no pertenecen exclusivamente a la derecha. Fue un auténtico trabajo de demolición. No se preocuparon de educar a la ciudadanía y devolverla a la modernidad europea. No se recuperó el tiempo perdido, se animó a ajustar cuentas pendientes. Se preocuparon en señalar con el dedo el lugar donde las gentes podían lanzar todos los malos humores. Aquellos tipos avivaron el odio de mucha gente para ganar votos y poder. Lo consiguieron, desde luego. Su táctica funcionó. El fin justificó sus medios. Aquello encumbró a muchísimos. Los situó en la cresta de la ola social y económica, a ellos y a su descendencia. Muchos pasaron de comer algarrobas a vivir en Sotogrande. Pasaron de los trajes de pana desencajados a las grandes mariscadas. No se dieron cuenta de que quizás, para el futuro, estaban sentenciando al país a algo peor. Miraron solamente su día después.
Realmente fracasaron. Ya mucha gente se ha dado cuenta que ese modelo de frentismo está acabado y es improductivo, más aun en estos momentos que se necesita unión y no separación. Ahora se ve más claro, cuando ni siquiera la nómina de intelectuales que tienen fabricando ideas y remedios para sus errores pueden levantar la situación. La enfermedad que inocularon en aquellos ochenta, que recibió vítores y que fue vivido como un éxito rotundo, como el nacimiento de una nueva era, ahora parece incurable. Y encima se pelean con otros por el tratamiento paliativo que quieren ponerle al paciente. Ahora en este tiempo de crisis económica, que nos pone a todos en un brete, nos ponemos a buscar en nuestro acervo íntimo y nos encontramos que no tenemos herramientas colectivas para salir del boquete. No hay grandeza en nuestro espíritu, no hay ánimo emprendedor, no somos magnánimos. No somos ordenados, no somos capaces de ponernos límites individuales y hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, no somos capaces de tener mesura y contención, de pensar las cosas antes de hacerlas, nadie nos dijo que el que se equivoca ha de responsabilizarse de su error, nadie nos explicó qué era el espíritu crítico y la capacidad de aprender de los errores ajenos, pero sobre todo de los errores propios. Nos cuesta darnos cuenta incluso del tropezón que hemos dado. Vivimos subvencionados. Nos enseñaron a pelearnos entre nosotros, a separarnos, a jodernos con saña. Nadie nos enseñó aquello cuando pudo hacerlo y ahora nos va como nos va: que las estamos pasando canutas y en vez de ver cómo y de qué manera se le da trabajo a la gente, se preocupan de joderle la pensión a toda la generación futura. 

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